La Cueva International

sábado, 18 de mayo de 2013

Los móviles no son para el teatro

Hace unas semanas, José María Pou se portó como un Señor (y lo pongo en mayúsculas) tras tener que soportar desde el escenario cómo varios móviles sonaban sin descanso en el patio de butacas durante la representación de A cielo abierto en el Teatro Calderón de Valladolid (la noticia completa aquí)
Y es que es muy desagradable el hecho de estar intentando concentrarte y que haya gente a la que las palabras educación y respeto les suenan a chino mandarín.
La temporada pasada del Teatro Juan Bravo trajo a Carlos Sobera y Mar Regueras con La guerra de los Rose. Cuando fue mi padre a por las entradas estaban casi agotadas, quedaban algunas en "el gallinero". Desde ahí arriba, con toda la panorámica de la sala pude ver varias veces caras iluminadas por la luz de pantallas, pero lo más indignante fue que uno de los móviles que sonaron fue cogido, y su propietaria respondió con un "ahora no puedo hablar, que estoy en el teatro".
Si lo oí yo, que estaba prácticamente en el techo, no quiero ni imaginarme cómo se encontraban los actores en el escenario...
Pero eso no fue lo único... En una de las muchas peleas y discusiones de los Rose, Bárbara (Mar Regueras) se dispone a "lanzar una figura de porcelana hacia el público". En esta situación, se oyó una voz desde el público que gritó "¡Bárbara, que nos das!" y yo, desde arriba, con los prismáticos pude ver cómo la pobre se quedaba sin saber qué hacer, con una cara entre la risa y el llanto, y supongo que dando un repaso al árbol genealógico de la voz en off espontánea.
Pero la mala educación no se da sólo entre gente anónima. Un día me enseñaron un tweet del señor Pedro J. Ramírez que decía "Me voy a la ópera. Llevo el iPad. Os tuiteo desde allí", y mi cara al leerlo fue casi casi como la de Mar Regueras...

Aunque he de decir que no es eso lo único que molesta. Hay un ruido que está presente tanto en cines, como teatros, como conciertos... El caramelo. El dichoso caramelito cuyo papel, al no saber qué hacer con él, se convierte en un juguete para el que lo tiene en la mano, y en un incordio para los de alrededor.

¡Pero hay más! Y ahora hago un flashback hacia mi primer concierto de piano, con cuatro añitos.
Estaba tocando una pieza en la que siempre me atascaba en la misma frase y no conseguía seguir cuando un bebé se despertó y se puso a llorar, interrumpiéndome y haciéndome sentir fatal, porque además estaba llegando justo a los malditos compases que tan asqueada me tenían... Paré y volví a empezar. Da capo y allegro con moto, para acabar cuanto antes.

La solución a estos problemas creo que sería poner una consigna de móviles a la entrada de las salas, al igual que las hay en museos para dejar bolsos y mochilas, así como un "peladero de caramelos" en el que se quitan los papeles y así no se molesta a nadie. Obviamente, con los bebés no hay nada que hacer, ya que nadie va con un bebé al teatro, a menos que sea teatro infantil.

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